INTRODUCCIÓN

Raúl Ortiz Toro
Presbítero

Popayán es una Ciudad que no ha cejado en su protagonismo histórico en los procesos de diversa índole que han comprometido a Colombia. Si bien es cierto que la “Ciudad Fecunda” hoy ha perdido mucho de la hegemonía económica, política y religiosa que detentó durante siglos, sin embargo continúa estando en el panorama nacional a veces como ciudad nostálgica que encierra en un halo de gracia algo de lo que fuimos, a veces como constatación de los desafueros de lo que hemos sido – a través de esa triste representación de la irracionalidad humana que es la violencia –, y a veces, en fin, como ese mundo inexplorado que guarda tras sus valles y sus cordilleras, en sus páramos y sus ríos, el verdadero “El Dorado” que la ceguera colectiva no ha sabido apreciar.

Cuando apenas era el Valle de Pubén, estuvo entre las primicias de aquellas altiplanicies adornadas con la belleza de un natural encanto, tanto para haber sido escogida como centro de desarrollo de aquella cultura ancestral pubenense que le dio relieve a esta región y que hizo atractiva su morada a los ojos de los españoles. Después de la llegada de éstos estuvo entre las primeras fundaciones que en el territorio de la actual Colombia llevaron el sello de la empresa conquistadora de Sebastián de Belalcázar, lugarteniente del tristemente célebre Francisco Pizarro, iniciando una historia española en las periferias de aquel Perú indomable que llegó a ser la mitad de América.

En el campo religioso Popayán llegó a ser el 1 de septiembre de 1546 la tercera sede episcopal en territorio Colombiano, siguiendo a Santa Marta (1533) y Cartagena (1534); llegado el siglo XX fue la segunda Iglesia Particular del territorio nacional que fue elevada a categoría de Arquidiócesis reconociendo en ella los siglos de historia que había gestado este episcopado, como Sede particularmente célebre, gracias al arraigo cristiano de sus gentes, la particularidad de sus representaciones esculturales, pictóricas y arquitectónicas, por la blancura de su fe.

uego, en los avatares de la política, sobre todo en la gesta libertadora y en la recién fundada República, esta Ciudad Procera aportó grandes hombres de leyes y de espadas, de estrategias y de arcabuces que vertieron su sangre con el deseo de abrazar la libertad. Aportó también lo mismo grandes dirigentes como cuestionados representantes del poder en una lista que llega a poner a Popayán en el primer lugar de procedencia de Presidentes de Colombia.

Por aquí pasaron las ideas de la conquista y la dominación que después cederían paso a las ideas de la Libertad y los Derechos del Hombre, ideas estas que no iban ya de paso sino que buscaban pernoctar. Por aquí pasaron Virreyes, Conquistadores, Arzobispos y Obispos, Delegados Apostólicos, Nuncios, Marqueses, Condes, Oidores, Gobernadores de capa y espada, Alcaldes de ciudades misteriosas ubicadas más allá de los confines conocidos e imaginados, Libertadores, guerreros de la Patria, caciques e indios de otras latitudes, esclavos recién emancipados, cazadores de tesoros, sabios e intelectuales de expediciones astronómicas, botánicas y científicas que iban haciendo más real a través de sus estudios el mundo inconmensurable que a los europeos les parecía sacado de una obra de Dante o de Boccacio.

Económicamente esta ciudad jalonó procesos de verdadero desarrollo con la implementación de la agricultura, la ganadería y la minería, temas en los que fue una verdadera abanderada, sobre todo en el siglo XVIII. Una particular posición estratégica en la vía comercial entre la costa Caribe colombiana y el Virreinato del Perú, con sede en Lima, cuando la vía marítima en el recorrido Panamá – Guayaquil se tornó peligrosa por la acechanza de los corsarios, propició el auge de un camino que más fue un tríptico de la osadía: el agua, la tierra y la ciudad: La Magdalena, Guanacas y Popayán a finales del siglo XVII y hasta el siglo XIX fue un camino proverbial y esta ciudad un cruce en el que la vida cotidiana se tornó una intensa expectativa por el siguiente visitante y el posible huésped que se dejara seducir por su encanto y desistiera el camino hacia la cuesta de la cordillera o hacia la hoya del río Mayo. En fin, todo el mundo fue Popayán, según un adagio antiguo.

Una floreciente esfera de nuevos criollos que gozaron de la bonanza del oro y de la plata, de la caña de azúcar y el ganado vacuno, propiciaron que maestros del cincel, la pluma y el pincel dieran a Popayán un aire de ciudad española que, motivado por la Contrarreforma, llenó de representaciones de los misterios cristianos cada rincón de las conciencias y de los lugares de habitación y de culto. Aquí también hubo un Renacimiento pero sin Edad Media porque el mundo recién descubierto ya tenía sus propios afanes. Con el correr de las vicisitudes propias de cada época, la historia se iba escribiendo palmo a palmo. La paradoja de ser una ciudad de encrucijada se iba descubriendo al ser, al mismo tiempo, una ciudad en descampado y soledad. Solo la posición estratégica y mística de Popayán, aislada del resto del mundo, en este sur de fuertes accidentes geográficos, lograron que se conservaran los vestigios de una cultura superior que no tuvo la suerte de trascender en otras ciudades intermedias.

Popayán es un museo al aire libre. En sus iglesias y templos históricos, en sus calles hipodámicas y en sus casas de pórticos andaluces y balcones semanasanterosse guarda un inapreciable tesoro a la vista de todos. Por su parte, el Museo Arquidiocesano de Arte Religioso, gran legado del Obispo Payanés Miguel Ángel Arce Vivas, es en esta obra el gran protagonista como si se tratara de la domus de Cayo Cilnio Mecenas donde la Iglesia presenta al verdadero Augusto la cosecha de las artes, como en el conocido cuadro del renacentista Giovanni Battista Tiépolo. 

En la presente obra, la historia es otra de estas realidades protagonistas. La Iglesia de Popayán conservó desde sus años fundacionales los documentos clave para la interpretación posterior de sus hazañas; ello lo demuestran los trabajos del padre Manuel Bueno (1876) y del Obispo Juan Buenaventura Ortiz (1894)  que son obras fundamentales para comprender nuestra historia. La presente investigación es apenas la punta del iceberg de toda la vasta riqueza documental con la que contamos en el Archivo Episcopal y el Archivo Central del Cauca; la historia aquí contada no es tan exhaustiva como esencial; por ello, preparando la celebración de los cinco siglos de existencia de esta Iglesia Diocesana, que tendrá lugar dentro de tres décadas, se vuelve urgente la necesidad de continuar esta labor historiográfica con la investigación y la redacción de una historia de la Iglesia en Popayán que tenga en cuenta una novedosa metodología y un amplio panorama documental.

No habremos trabajado en vano si el pueblo popayanejo, viendo el liderazgo de la Iglesia en la obra de conservación y visibilización del Patrimonio Arquitectónico, Artístico e Histórico, como un día lo ejerció en su promoción y difusión, fruto todo de la gran obra de evangelización, se convierte en propiciador de una cultura de la reconciliación con su propio pasado del cual brotan las actitudes transformadoras de un porvenir sensato. Solo las raíces profundas generan estabilidad y fruto.