La hermana muerte

La hermana muerte

En el mes de Noviembre la Iglesia celebra la conmemoración de los fieles difuntos, es un día en el cual agradecemos la vida de aquellos seres queridos que nos acompañaron en nuestro peregrinar y ya no están con nosotros. Día de gratitud por la vida de mamá, de papá, de hijos, de hermanos, de amigos con los cuales nos unió el tiempo, el espacio, las alegrías, las lágrimas y sobre todo una dulce intimidad.

En segunda instancia es un día que nos ayuda a prepararnos espiritual y psicológicamente para nuestra muerte, no sabemos ¿cuándo?, ni ¿cómo?, ni ¿dónde? Sólo sabemos que llegará, será una sorpresa anunciada, y ojalá pudiéramos decir con San Francisco de Asís, bienvenida “hermana muerte”.

La muerte de Cristo Jesús es muerte dolorosa, así el Hijo de Dios, el Señor de la vida, se solidarizó de una manera plena con nosotros los mortales, Él no escribió una teoría sobre la muerte, sino que, asumió la muerte, no la buscó, la sumió como parte de su misión redentora, como parte de su solidaridad con la humanidad. Vivió el misterio de la muerte, y fue sepultado, de esta manera entró en ese misterio que a todos nos interroga, y entrando en el misterio de la muerte, nos abrió la puerta de la luz que es el misterio de la vida plena, con su resurrección.

En Cristo descubrimos que vale la pena nacer, que vale la pena luchar, que vale la pena morir. El amor acompaña todas las etapas de nuestra existencia y esa fuerza del amor nos llena de esperanza, la gran esperanza que le da sentido incluso a la muerte. Vale la pena la lucha y las fatigas de una mamá o de un papá que son los instrumentos de la vida; vale la pena la ciencia, la tecnología y todos los avances de la medicina, y aunque no nos hacen inmortales, están al servicio de la humanidad para dignificar el sufrimiento, la enfermedad y la misma muerte.

La enseñanza de la Iglesia es muy coherente en la defensa de la vida humana y en el sentido respetuoso y digno de la muerte. No acepta el aborto, porque sabe que desde la fecundación por la unión del óvulo y el espermatozoide hay una vida nueva. No acepta la pena de muerte, porque sabe que la vida del que se equivoca no nos pertenece. No acepta el homicidio porque proclama que la vida es sagrada y nadie es dueño de la vida de otro. No acepta el suicidio porque sabe que el morir no es una decisión personal sino una aceptación de nuestra condición de peregrinos. No acepta la eutanasia porque sabe que la enfermedad puede ser acompañada con los medios de la ciencia y sobre todo con el amor que no abandona en el momento de mayor prueba.

Sobre el misterio de la muerte nos enseña el papa Benedicto XVI: El hombre se explica, encuentra su sentido más profundo, solamente si existe Dios. Y nosotros sabemos que Dios salió de su lejanía y se hizo cercano, entró en nuestra vida y nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11, 25-26).

Tengamos encendida la lámpara de la esperanza, para asumir con responsabilidad nuestra vida, para agradecer la vida de los que ya murieron, para respetar la vida de toda persona, para asumir con serenidad, con fe y con paz la cita personal e inevitable que tendremos con la hermana muerte.
Luis José RUEDA APARICIO
Arzobispo de Popayán