Celebrando la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote, reconocemos en la comunidad el significado real que el mismo Jesús dio a toda su vida, modificando incluso el sentido del sacerdocio cultual del primer testamento

El sacerdocio de la antigua alianza perdió su significación, por convertirse en un culto externo, incapaz de comprometer la vida del oferente y de los fieles, con el agravante que era un animal, la víctima (o chivo expiatorio), que se sacrificaba para agradar a Dios y conseguir de él favores o gracias. Tal práctica terminó degenerándose hasta que se convirtió en un espacio de manipulación religiosa y exclusión de personas. Por eso los mismos profetas arremeterán contra esta clase de culto (Am 5, 21-23)
Todo sacrificio pierde su sentido real sino queda comprometida la vida de las personas y es aquí donde Jesús es fiel reflejo de esa vida coherente y sacrificada por amor. Si algo tenemos claro es que Jesús no estaba de acuerdo con el proceder de la clase sacerdotal y se enfrentó de tal manera con esa estructura que terminaron condenándolo y crucificándolo. Perfectamente se define la vida entregada de Jesús cuando se dice: «quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar» (Prefacio Pascual V), manifestando no sólo la coherencia de su vida sino la comprensión que él tenía del verdadero sacrificio agradable a Dios: el amor ágape. Un amor que lo condujo a la entrega total de la vida de manera gratuita, desinteresada y en libertad
La invitación que recibimos en una fiesta como la de hoy es a reconocer el sacerdocio común que nos acompaña a todos los fieles desde nuestro bautismo y que nos invita a ser mediadores o puentes entre Dios y su pueblo. Si nos tomamos en serio lo de ser puentes que comunican y acercan, sabremos con facilidad que nuestra vida está llamada a ser una «eucaristía» viva, como el pan partido y repartido que se entrega por amor a todos.
Así, mediante el bautismo, todos hemos sido configurados con Cristo Profeta, Sacerdote y Rey. Nuestra vida es sacerdotal en la medida en que, unida a la suya, se convierte en una completa oblación al Padre.
Estamos invitados a orar por la de santificación de los sacerdotes; y ha de ser un día para agradecer a los sacerdotes su entrega absoluta.
El sacerdote actúa en la persona de Cristo, perdona con el perdón de Dios, lleva su Palabra que se encarna en su propia palabra, perpetúa la presencia real de Cristo entre nosotros.
Por ello esta festividad sacrosanta ha de ser para todos los católicos un día intensamente sacerdotal. Un día para amar el sacerdocio de Jesucristo prolongado en sus ministros.
En esta solemnidad de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, felicitamos a nuestro arzobispo de Popayán, monseñor Omar Alberto Sánchez Cubillos, monseñor Iván Marín López , arzobispo emérito de nuestra ciudad y a todo el clero, es una fecha especial para reconocer su dedicación, servicio y entrega al servicio de Dios y de su pueblo.