CARTA PASTORAL ¡NO NOS DEJEMOS ROBAR LA ESPERANZA!

Los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y seminaristas de la Arquidiócesis de Popayán extendemos a nuestras comunidades de fe en el Cauca y, de modo particular, a todas las comunidades afectadas en los cientos de veredas, cascos urbanos y cabeceras municipales del amplio espacio del Cañón del Micay, un sentido y fraternal saludo frente a la difícil situación por la que hoy atraviesan. Sus vidas, sus familias y sus bienes que están abiertamente amenazados, son también nuestra propia preocupación, nuestro propio dolor y nos unimos en oración en este momento difícil y doloroso. Les manifestamos nuestra cercanía con el compromiso claro de seguir acompañándolos.

Sin duda, estamos padeciendo una crisis múltiple. Nuestro futuro está comprometido. Por tanto, nuestra esperanza está amenazada. La vida misma está amenazada. Es necesario en este momento invocar la esperanza con firmeza; solo la esperanza nos permitirá recuperar la vida y la vida es más que supervivencia. No es suficiente sobrevivir. Es el momento para la esperanza. El Papa Francisco nos dice con firme convicción: ¡no nos dejemos robar nuestra esperanza!

Desafortunadamente constatamos con dolor que estamos atrapados en un clima de miedo que mata todo germen de esperanza. El miedo crea un ambiente destructivo. El miedo ha sido desde siempre un excelente instrumento de dominio, porque vuelve a las personas dóciles. El miedo nos cierra las puertas a lo distinto, a lo nuevo, a lo que vale la pena. El miedo puede transformar una sociedad entera en una cárcel, puede ponerla en cuarentena. La esperanza, en cambio, va dejando indicadores que señalan nuevos caminos, de hecho, es la única que nos encamina; nos brinda sentido y orientación, mientras que el miedo imposibilita la marcha. El miedo nos roba el futuro.

En este drama constatamos que el grado más alto del miedo es la angustia. La angustia conlleva la sensación de aprisionamiento y encerramiento, se nos cierran todas las puertas a lo posible, a lo nuevo. Por ello, es evidente que donde hay miedo es imposible la libertad. Miedo y libertad son incompatibles justamente porque la angustia aísla a las personas, cada uno se cierra en sí mismo. Por tanto, a base de miedo no se crea comunidad, no se crea un nosotros, no se crea un sujeto colectivo. La esperanza, efectivamente, conlleva la dimensión del nosotros.

Podría parecer que en este clima de crisis e incertidumbre es imposible hablar de esperanza. Pero en realidad es cuando mejor se expresa. Es importante saber, hay que saber, que cuanto más profunda sea la desesperación y el miedo, más fuerte puede ser la esperanza. La esperanza no les da la espalda a las negatividades de la vida, siempre las tiene presentes. De hecho, la esperanza más genuina nace de la desesperación más profunda, ya que el espíritu de la esperanza supone también un trabajo consciente para avanzar en plenas tinieblas. ¡Sin tinieblas no hay hambre de luz!

San Pablo nos enseña: “Nos gloriamos de nuestras tribulaciones; pues sabemos que sufriendo ganamos aguante, aguantando nos aprueban, aprobados esperamos. La esperanza no defrauda” (Rm 5,3-5)

Sin embargo, tenemos una tarea: la esperanza hay que sembrarla para que nazca. Hay que suscitarla y concitarla expresamente. Y nuestra fe en Cristo, victoria sobre la muerte, el pecado y el mal, es la antena que atrae la corriente de la esperanza. Es nuestra garantía de éxito. La esperanza activa tiene que caracterizarse por el entusiasmo, que enfrente y supere todo signo de resignación, aunque suponga un riesgo. Se necesitan hoy en nuestros territorios misioneros de la esperanza propagar la esperanza, transmitir esta llama, avivarla para que prenda comunitariamente una idea de futuro común. Sólo en la esperanza de un mundo distinto y mejor despierta un potencial revolucionario que todo lo puede cambiar en la perspectiva del amor y del bien común. ¡no nos dejemos robar nuestro futuro!

Por eso hoy, con urgencia, necesitamos como personas y comunidades de fe, atrevernos a liderar una fuerte y clara corriente de esperanza, con tal dinamismo, que empiece a afrontar este clima de miedo e incertidumbre.

Entendamos que, puesta en marcha esta corriente, este dinamismo, lo comunitario reverdece, porque la esperanza no aísla a las personas, sino que las vincula y reconcilia, hasta que podamos recitar un nosotros. El sujeto de la esperanza es un nosotros. Y solo así, podremos juntos creer en el futuro, donde es posible lo nuevo, lo distinto para salir de la lógica de lo igual, del como siempre ha sido. ¡no nos dejemos robar el futuro del Cauca!

En este año 2025 del Jubileo de la Esperanza, movilicémonos a nuestros lugares de peregrinación para ganar la indulgencia plenaria, que nos otorga con alegría un verdadero nuevo comienzo que nos dé la fuerza para ser ministros misioneros de la Esperanza en nuestro Cauca.

Monseñor. Omar Alberto Sánchez Cubillos , Arzobispo de Popayán.

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